Pacientes y familiares ante la muerte. Consultas sagradas con el médico de cabecera

11 feb

Juan Gérvas, médico de Canencia de la Sierra, Garganta de los Montes y El Cuadrón (Madrid)        jgervasc@meditex.es

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Notas.

1. Los hechos que se relatan son ciertos y se basan en un caso real. Aunque cuento con el permiso de la paciente se han cambiado los detalles necesarios para hacer imposible su identificación.

2. Para saber más sobre “consultas sagradas” se puede leer el texto “Consultas sagradas. Serenidad en el apresuramiento“, publicado en la revista Atención Primaria, enero de 2009 (41:41-4).

3. Este texto se puede distribuir y publicar libremente, sin más que comunicarlo al autor.

Consulta en Garganta de los Montes, Herminia, mujer en los treinta, resuelta, pintada llamativa y elegantemente, bien perfumada, pero vestimenta informal. No sabe si la voy a atender. Lleva un año en el pueblo, pero sigue creyendo que esta estancia es temporal. Con tarjeta sanitaria andaluza. Con un nevus en espalda, que le ha crecido. Acepta asombrada quitárselo en el momento. Al hacer la historia, es cantante y escritora de cuentos infantiles. Le doy el texto de nuevo paciente, la crema anestésica, y pasa a la sala de espera. Cuando vuelve a entrar y se tumba en la mesa camilla (el torso desnudo) comienza a llorar.

Impresionada por lo que digo en mi texto de nuevo paciente respecto de la muerte y de hablar directamente con el paciente. Su padre murió hace poco, de cáncer, y cuando le pusieron la última inyección, de alivio del dolor, todo el mundo sabía que era el final, excepto él. Se arrepiente de no habérselo dicho. Con la mano ensangrentada (era un nevus tamaño cinco céntimos en el lateral de la espalda, entre axila y omóplato izquierdo) la apoyo en su hombro y se calma. Le comento mi práctica respecto a los terminales, y de paso los deseos de la sociedad de vivir eternamente. Doy cuatro puntos y se levanta con algo de mareo. Se le pasa. No sabe cómo agradecerme todo. Cambia a tratarme de tú, y me da la mano efusiva y afectuosamente.

Me deja su correo electrónico para que le mande lo que escribí sobre “Muerte con dignidad en casa” y sobre “Gilgamesh” Le envío los dos textos desde casa, y recibo su respuesta al día siguiente en mi correo electrónico:

Hola Juan:

He leído los textos. Ambos me han aportado mucho. Sobre el texto de Gilgamesh, diré que estoy totalmente de acuerdo con lo que dice sobre ésta nuestra sociedad. Es cierto que estamos muy preocupados por mejorar nuestra salud, aunque ella sea buena.

Evidentemente la culpa la tenemos nosotros por permitir que la publicidad y la información, “engañosa”, se cuele en nuestras vidas llegando a creernos del todo que, los beneficios de los que nos hablan, pueden ayudarnos a mejorar.

A mi modo de ver, y es tan sólo mi modesta opinión, hay mucho de codicia. En relación al escrito sobre “Morir con dignidad”. Durante su lectura mis ojos se han humedecido en varias ocasiones. Y es que es inevitable, en mi persona, que esto ocurra después de haber visto como la nave que tripulaba mi padre, naufragaba en el “Mar de la Muerte”.

Para mi familia fue una decisión clara permitir que mi padre estuviera en su fase final en la cama de un hospital. El primer diagnóstico del primer hospital (metástasis-hígado) nos indicó que no había solución y que el desenlace era inmediato. Podrás imaginar, e incluso entender, que no podíamos quedarnos con los brazos cruzados. Así que pedimos una segunda opinión con la esperanza de encontrar una salida y poder “alargar” la vida de este ser tan preciado para nosotros.
En el segundo hospital, el Oncológico de XXXX, nos dieron el mismo diagnóstico, pero la actitud fue diferente. Nos abrieron una esperanza a nosotros y al paciente a la que nos aferramos ciegamente.

Unos diez días después, los mismos que nos dieron la esperanza nos la quitaron. Nos dijeron que ya no había nada más que hacer y que no podía estar más tiempo en el hospital. Que el paciente estaba sufriendo demasiado y que había que optar por la sedación “mortal” (le llamo yo). Es cierto que el paciente, mi padre, se aferraba a la vida a pesar del sufrimiento que padecía. Pasé días y noches a su lado, haciendo de enfermera, en una habitación privada, cómoda (dentro de lo cabe). Dándole el mayor y el mejor de los cariños.

Sorprendida de ver como un ser tan querido va mermando mientras pone todo su empeño por seguir vivo. Sorprendida de tener que ayudarle a orinar cogiendo su sexo, dándole de comer (sin él tener ganas), afeitándole, haciéndole la manicura, leyéndole fragmentos de libros como si de un niño chico se tratara… Pero, los mismos que nos dieron la esperanza, nos la quitaron. Y como la ignorancia es atrevida y mi padre sufría, optamos por la sedación.

Optamos porque no falleciera en casa con dignidad. Hoy es el día que aún me atormenta este pensamiento. Y creo que lo hará, junto con lo que allí viví, hasta que mi nave naufrague en el “Mar de la Muerte”. A veces me pregunto si ese “alargamiento” de vida era para compensar a una industria farmacéutica. Me pregunto si detrás de todo esto hay un interés económico….Son muchas cosas, muchos sentimientos, impresiones que podría anotar, pero no quiero aburrirte. Juan, que suerte poder contar con “tu médico de confianza” en una situación así, como la de Benigno y Nicanora.

A mi modo de ver, este gesto te honra y dignifica la figura del médico de familia, cabecera o de atención primaria. Ojala tu actitud sea codiciada por el gremio. Nada más, me alegra haberte conocido y poder conversar de vez en cuando. Espero que mis palabras no te hayan robado demasiado tiempo. Gracias por hacerme partícipe de tus textos. Nos vemos el martes para quitarme los puntos.

Un abrazo, Herminia

Le contesto por correo-e



Estimada Herminia
:

Las cosas no son nada sencillas. Pero sí, todos tenemos la culpa y hay mucho de indecencia y codicia en lo que hoy hacemos los médicos. Y en lo que la sociedad espera de nosotros. El relato de la atención a tu padre es muy humano, y poca gente se atreve a verbalizarlo. Te mando varios textos más. Anímate a leerlos sin importarte los términos médicos que se te atraganten. Te ayudarán. Puedes difundirlos como los anteriores. A los que trabajamos voluntariamente en la periferia nos cercan con muros de silencio, con bastante éxito. Creo que no vale la pena el tormento del mal recuerdo. Creo que quisiste a tu padre. Creo que te equivocaste en un contexto que lleva al error casi inevitablemente. Creo que nunca volverías a repetir lo mismo y con eso ya es
suficiente.

En fin. A mí me mueven y conmueven los pacientes y su sufrimiento innecesario. Hago lo que puedo con los míos propios. E intento difundir otro modelo de asistencia. Pero ni la propia sociedad civil tiene demasiado interés por cambiar las cosas. Recibe un saludo de Juan Gérvas